¿Que qué puedo decir de lo dicho por Ratzinger en la homilía de la Misa "Pro eligendo Romano Pontifice"? Pues que al escucharla, he estado a punto de perder el hilo, en un par de ocasiones, porque me han llamado profundamente la atención, y me han hecho pensar, varias de las cosas dichas. A veces la claridad unida a la profundidad produce cierto vértigo.
Escribiendolo ahora a vuelapluma, lo que me ha llamado la atención es, en primer lugar, la identificación de "la venganza de Dios" con la "misericordia de Dios" y la consiguiente encarnación y muerte del Hijo, por una parte. Luego, la aclaración de que esta venganza-misericordia de Dios no es no es ni una "gracia barata", ni tampoco supone "banalizar el mal". Por último, el planteamiento que el Cardenal hace de dónde encontrar la medida del verdadero humanismo.
Sobre el modo de abordar la "venganza de Dios", no he podido dejar de pensar que la "venganza" de que habla no es la del bíblico remedio del ojo por ojo, necesariamente. Y mucho menos la venganza tal como figura en nuestro depauperado imaginario colectivo, más cercana al cine del oeste o a las mafias de cualquier tipo, que a otra cosa. La venganza de que habla Ratzinger es más bien la "vindicatio", como llamaban los clásicos latinos a este rasgo del "ethos" humano o de las tendencias radicales de la libertad humana. En sí misma, es una actitud noble y necesaria para el buen funcionamiento de la convivencia humana: la "vindicatio" es, ni más ni menos, que la respuesta que se da ante un mal, personal o colectivamente recibido. El buen hombre y el buen ciudadano no puede quedarse impávido ante el mal, porque eso es injusto. Lo mismo que ante el bien recibido, la impavidez (en vez de la gratitud, que los latinos la llamaban "gratitudo"), es una respuesta que más bien se acerca a la estupidez, la arrogancia o la soberbia que sorbe el seso.
Ante el mal recibido, un mínimo de sentido humano pide pide respuesta: la "vindicatio". La que nos presenta Ratzinger -como digo- deja muy lejos la ya avanzada respuesta bíblica del ojo por ojo. Es la respuesta neotestamentaria, el culmen de la "vindicatio", por así decirlo. Ante el mal, no sólo no se devuelve -al menos- igual mal, sino que se ahoga ese mal en una especie de superabundancia o desbordamiento de bien.
Como este neto razonamiento puede parecer un poco teórico, me ha venido a la memoria una anécdota escuchada a quien la vivió en primera persona, pero contada -si no me falla la memoria y la imaginación- en tercera persona. En tiempos de escaseces y de inquietudes sociales en España, un sacerdote tuvo que tomar un día un taxi; en síntesis, el taxista le dijo en el trayecto varias cosas desagradables, al sacerdote en cuanto tal, y acerca de la Iglesia y demás (podemos imaginar sin gran esfuerzo la letra y la música de la letanía); el sacerdote debió pensar que aquel hombre sufría por alguna razón, y tras preguntarle si tenía hijos, y llegando al lugar de destino, le dió un billete de cinco duros, mucho más de las pocas pesetas que costaba la carrera. Ante la sorpresa del taxista, el sacerdote le dijo: compre usted unos pasteles para sus hijos. Esa fue -según mi entender- su "vindicatio" particular ante el mal recibido. Máxime, sabiendo que esos cinco duros era cuanto dinero tenía aquel pobre sacerdote. Un buen hombre, un buen ciudadano.
La "venganza de Dios", a más a más, no es por tanto ni una gracia barata ni una banalización del mal. Esto último, con independencia de eludir ahora traer a colación el pensamiento de Hannah Arendt.
Y luego vino -en la homilía del Cardenal Ratzinger- el modo claro del "pensar fuerte" -frente a no pocas oscuridades y "pensieri deboli" circundantes- sobre la medida del humanismo, sin procesos o aditamentos que lo puedan descafeinar, es decir, deshumanizar. La petición de abandonar la infancia o la minoría de edad en la fe, y ser "adultos en la fe" es todo un planteamiento de la vida. Algo que, en vez de recibir aquí un pobre comentario ocasional, es mejor dejar expuesto en sus palabras textuales:
En la segunda lectura, tomada de la carta a los Efesios, San Pablo habla de la "medida de la plenitud de Cristo", a la que "estamos llamados para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos seguir siendo niños en la fe, de menor edad. ¿En qué consiste ser niños en la fe? Responde San Pablo: significa ser "zarandeado por cualquier corriente doctrinal. ¡Una descripción muy actual!". |
En espera de nuevos acontecimientos, estas son palabras para repasar y repensar. El relativismo es uno de los asuntos graves de estos tiempos, que -como dice "Il Foglio"- es planteado por Ratzinger en el mismo núcleo "de la batalla filosófica y la guerra cultural para reconquistar el sentido de nuestra existencia". Lo leído son palabras sabias y pensamientos conocidos de un Cardenal que quisiera seguir siéndolo, o que quisiera volver a sus estudios teológicos. Así lo deja entrever Erica Walter en TNR, tras haber hecho su tesis de Master sobre la teología de Ratzinger. En todo caso, no son frases ocasionales, tipo kleenex, para usar y tirar. O para simplemente citar en una crónica apresurada, quizá con un deje de escándalo farisaico. Si, como ayer pude leer en la magnífica (y algo breve, la verdad) entrevista de Juan Manuel de Prada en ABC a Joaquín Navarro-Valls, "sólo desde la hipocresía se puede decir que Juan Pablo II era reaccionario en lo moral", también pienso que sólo desde una postura muy parecida puede alguien (ya he visto alguno) rasgarse un poco, al menos, las vestiduras ante el contenido de la homilía de Ratzinger. Sea la rasgadura cínica, escéptica o solo mordaz o despectiva, hecha como figura obligada, como gajes del oficio de comentador ignaro.
Agregada al canal 'Política/Sociedad'
http://www.bitacoras.com/canales/politica/
Un saludo
Publicado por: José Luis | 18 abril 2005 en 06:43 p.m.