Todos sabemos que los Oscares, aunque los conceda una llamada "Academia", no son ni siquiera como los Nobel, ni tampoco como los Príncipe de Asturias o el premio Nadal. No digamos ya como su epígono local, los Goya. Los Oscares son premios que corporativamente se dan entre sí las grandes y potentes industrias del cine global, en su sede de Hollywood, para crear nuevas espectativas comerciales a unos, marginando o castigando -según los casos- las expectativas de otros.
Todos sabemos que la ceremonia de entrega de los premios es el juego de presencia pública autocomplaciente que cada año se ofrecen seis mil personas (los miembros de la Academia) a sí mismas. Y de paso se ofrecen en espectáculo al mundo. Incluyendo spots publicitarios. Incluyendo abrazos y sonrisas crispadas a unos y a otros los correspondientes navajazos por la espalda. Incluyendo modelos más o menos sponsorizados de ropa, de peinado, relojes, anillos, collares, zapatos, camisas, corbatas, maquillaje, y lo que haga falta. Quizá algo de naturalidad logra atravesar la barrera de estereotipos en gestos, palabras y sonrisas: se trata de la crème de la crème del show business.
Una ceremonia que -es normal- se ha convertido en un show que produce pingües ganancias inmediatas a todo tipo de gentes: sastres, peluqueros, teleanunciantes, cadenas de televisión de pago, etc., expertos en gossip, en chismes y murmuraciones, pero unos y otros, todos (de sastres a gossiperos) son de marca, no a granel. Una ceremonia que también produce pingües ganacias a medio y largo plazo a muchos otros miembros, personales y corporativos, del business.
Esperemos que a las gentes de la Academia de los Nobel no se les pase por la cabeza hacer algo semejante, con la participación de editores literarios, políticos, empresas farmacéuticas, y demás interesados en el comercio de los Nobel. Probablemente doblarían la cuantía de la herencia dejada por el inventor de la pólvora sin humo.
Este año, en Hollywood, al parecer, se trataba de que ellas enseñaran sus espaldas embutidas (es un decir) en lujosos vestidos, mientras que ellos lucían trajes negros de diario y corbatas negras más bien corrientes (al menos en apariencia: a veces, parecer pobre cuesta un congo). Unas iban de fiesta, otros como de luto riguroso.
Sirva esta leve introducción para tratar de "re-encuadrar" el evento que pone una vez más la "agenda" del dia. Porque el caso es que -además de lo dicho- el evento también lanza masivos "encuadres" mentales, modos de enfocar y ver la realidad real, precisamente a través de promover determinadas ficciones. Estén (como es el caso al que enseguida me refiero) basadas o no en "hechos reales". Tengan (como es el caso) o no que ver, de lejos o de cerca, con arte o sin él, con la eutanasia. Casualmente. Tras lo dicho, queda añadir unas pocas cosas, breves, acerca de "Mar adentro" y de "Million dollar baby".
La primera, que -para sorpresa realmente inesperada- también tengo que congratularme con los lectores de este blog. Sucede que lo escrito en este mismo blog acerca de la película de Amenabar ("Mar adentro", trivial apología estetizante de la eutanasia) el 8 de septiembre pasado, con ocasión de su presencia en la Bienal de Venecia, ha sido y es leído por mucha gente, de modo habitual, y sobre todo en las últimas semanas. Gente suficiente, al menos, para que, ayer mismo (no sé qué sucederá hoy o mañana), Google la sitúe inmediatamente después de las tres páginas oficiales de la película, y de imdb y filmaffinity: la sexta entre 502.000 direcciones. Gracias y enhorabuena para los abundantes cientos de señoras y señores lectores relevantes que esto supone.
He de decir que continúo suscribiendo lo entonces dicho, ya suscrito hace unas semanas, con ocasión de la "nominación" de la película para los Oscares. No por nada, sino precisamente porque no tengo nada que añadir acerca de la película, por mucho que se la airee y premie.
Bueno, quizá por esto último sí. Pero enseguida lo digo, después de recomendar la lectura de la breve crítica de José María Aresté de la película de Eastwood.
Tengo que decir, a propósito de los premios y el aire dado a ambas películas, y sobre todo a la melodramática retórica falaz de "Mar adentro", esto: que van a hacer la vida mucho más difícil aún a cientos y miles de tetrapléjicos como hay en el mundo. Que algunos (esperemos que sean muy pocos) de los que les rodean, mas bien de lejos -eso sí, haciéndose cargo de su situación con grandes dosis sentimentales de cariño egoísta- van a mirarlos como presuntos o predestinados candidatos involuntarios a la eutanasia.
Y esto me parece una discriminación peor y más perversa que la discriminación racial, de credo o de "género", porque es una discriminación de "salud" que puede avecinarse o -sin más- se avecina excesivamente, en el imaginario colectivo, a la eutanasia, más o menos activa, más o menos pasiva o como quiera calificarse. Sobre todo en un mundo y una sociedad en la que la salud es un valor máximo. Curiosamente, más fuerte que el valor de la vida.
Al margen de los detestables ensañamientos terapéuticos, ¿es posible que prefiramos una vida con la condición de que sea "sana", a la misma vida? A los enfermos -si se les quiere, efectivamente, de verdad- se les cuida, no se les quita de enmedio, como si "estuvieran de sobra", como si "molestaran", incluso y precisamente aunque sean ellos mismos quienes lo digan...
Sobre cuestiones de la vida de embriones, la eutanasia, la política y los negocios millonarios de la salud, he escrito y dialogado largo y abundante, y sin ser una especialidad de la casa, aquí mismo en los Comments de un blog anterior, Embriones fuimos (2) – Palabras, personas, bioética e industria.
Veo que Montse Doval está hablando y litigando racionalmente en este terreno en su blog Internetpolítica. En su postura cuenta con todo mi apoyo incondicional.
Puede descargarse aquí el texto "Los errores sutiles del caso Ramón Sampedro" (.pdf), de Javier Romañach – Foro de Vida Independiente, Noviembre de 2004.
(El autor de este artículo es una persona que tiene una tetraplejia, por una lesión a la altura de las cervicales quinta y sexta. Esta convivencia con la tetraplejia le permite afrontar las opiniones vertidas por otra persona, que tuvo tetraplejia, sin temores, tabúes ni complejos. Desde hace unos años, el autor se dedica a reflexionar sobre la discapacidad, desde la discapacidad, escribiendo y participando en congresos y cursos de Filosofía, Bioética y Filosofía del Derecho, entre otros ámbitos. Esta dedicación, y no la convivencia con la tetraplejia, es la que le permite afrontar temas complejos relacionados con la Filosofía o la Bioética).
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[Actualización (04 Marzo 2005): muy agradecido por el eco en A vuelapluma, en Sisinono, en Internetpolítica, Nauscopio (actualidad), y agradecido también a los que llegan directamente o a través de Bloglines o Feedmanía.
He encontrado magnífica la lacónica respuesta de Mikel Orús "14 Goyas ¿y qué?", en su blog Cuando fuimos los mejores...]
Gracias por el apoyo. Realmente me ha impresionado cómo lo han sentido muchos parapléjicos y si te pones en su piel es comprensible.
Publicado por: Montse | 03 marzo 2005 en 09:33 a.m.